Capítulo 10


Parte segunda.
   
     Milagro y nieve.

     Abrí los ojos con una extrema dificultad y un enorme chichón en la parte posterior de la cabeza comenzó a recordarme la supuesta benevolencia de la hermana de Onira. Me había dado un golpe tremendo con la empuñadura del arma; lo último que recuerdo es el cambio de expresión de la vieja, que casi se derrite al verme caer al suelo.
     —Te ha llevado hasta las afueras de la ciudad —me dijo de pronto Rhaldan, serio y conciso, como de costumbre.
     —¿Dónde habéis estado todo este tiempo? —pregunté mientras me levantaba—. ¿No sabíais que me había secuestrado una caza-recompensas del Presente Absoluto?
     Ambos guardaron silencio. Onira también estaba allí. Yo no podía verla; de hecho, no podía ni tan siquiera girar el cuello para apartar los ojos del rayo de luz que me cegaba, pero sentía su presencia, esa invasión espeluznante del aire y su forma de estar enfadada como había venido estándolo desde que me arrancó de mi plano temporal. Esas pequeñas cosas multiplicaban su belleza de una forma que me sobrecogía, y más aun ahora que sabía que estaba prohibida.
     —Fuimos por ahí —dijo al fin esa ninfa aterradora—. Y ahora comprobamos que has conocido a mi hermana. Supongo que te habrá puesto al corriente de mi estado civil y de las razones que me han llevado a…
     Entonces se sonrojó.
     —Lo sabe —murmuró Rhaldan—. La señorita Vorobiov se enamoró del usted del futuro, pero, claro está, eso no le da derecho a tratarla ahora como la trata él.
     —¡Yo solo quiero saber dos cosas! —exclamé, casi interrumpiendo al guardián—. ¿Dónde estamos ahora?
     —Ya casi es la hora —dijo Onira—. Por lo visto, el Yaroslav del futuro entiende lo que has hecho como una derrota a su caza-recompensas, así que nos da el permiso para pasar a otro plano temporal más cercano al suyo.
     —Lo toma como un juego —puntualizó Rhaldan—. Él quiere que llegues a un punto en el que os encontréis; cree que esto es una lucha pasional por el amor de Larisa. Enviará un caza-recompensas a cada plano temporal al que nos deje acceder.
     —Y si ellos no me matan, lo hará él mismo —deduje con temor.
     —Eso es, pequeño ser del pasado: te vas a matar a ti mismo.
     —Imposible; esperad un momento. Odessa me dijo que su labor era llevarme a un plano temporal en el que me encontraría con mi ‘yo’ del futuro.
     —¡Da igual lo que te haya dicho Odessa! —grito de pronto Onira—. Ella no es de fiar. Será mejor que nos vayamos de aquí cuanto antes.
     —Pero…
     —No la molestes. Déjala en paz y continuemos…

***

     El siguiente plano temporal de nuestro viaje comenzó en una mezcla de ilusión e incertidumbre. Onira se veía triste; no dijo nada en mucho tiempo. Y si ella no hablaba, Rhaldan tampoco. No me dejaron hacerles mi segunda pregunta; no pude saber cómo habían conseguido que el guardián se curara de sus graves heridas en tan poco tiempo, cuando a mí aun me traían de cabeza las mías. El reloj nos llevó a un denso bosque de pinos. Las copas estaban llenas de nieve; nieve que de vez en cuando caía frente a nosotros. A cada paso que dábamos hacía más frío. Onira y yo comenzábamos a temblar. Rhaldan ni se inmutaba; ahora llevaba una especie de piel de oso sobre el torso y unos gruesos pantalones de un tejido muy rústico.
     Llegado el momento, las dudas comenzaron a aflorar en forma de gestos y lejanías desconcertantes. Larisa huía de mí; Rhaldan la protegía. La ignorancia había sido hasta entonces mi mejor amiga, pero ahora ya no se podían cerrar los ojos a la evidencia de que en el futuro Onira y yo estábamos prometidos, y de que eso, de alguna manera, le hacía daño.
     —¿Hacía dónde estamos yendo? —me decidí a preguntar por fin, pero solo obtuve como respuesta un silencio aun más intimidador que las mini-avalanchas que amenazaban con aplastarnos la cabeza. Así que decidí no intentar romper el hielo. Pensé que estaría bien que aquella travesía sirviera como transición a la nueva etapa que íbamos a comenzar. Por lo visto era inevitable encontrarnos con los esbirros del Yaroslav del futuro. Asumiendo este hecho, asumí también que Onira sabía dónde encontrarlos, y me callé.    
     Tras media hora de travesía, el reloj de Onira comenzó a brillar; una última avalancha nos sorprendió, pero Rhaldan nos cubrió de nuevo con su cuerpo. Los matices azules del brillo emitido por el pequeño artilugio me hacían intuir peligro, pero ninguno de mis dos acompañantes le dio más importancia que una mirada ocasional y algún que otro comentario en voz baja. Estaban volviendo a convertirme en un ignorante, y eso era algo de agradecer.
     Quise gritar muchas veces. Quise decirles que todo aquello era una locura, un mal sueño. Quise pensar que ellos no podían existir. ¿Pero quién era yo para distinguir entre la realidad y la ficción? Solo un pobre monigote desfasado que caminaba al encuentro con la muerte; caminaba hacia el hecho de que Larisa intentaba utilizarme para sustituir al Yaroslav del futuro, de que uno de los dos no podía continuar viviendo, pero, al mismo tiempo, cuando lograba recuperar un ápice de mi habitual serenidad, me asaltaban las advertencias de Odessa sobre lo que podía ocurrir si yo y ‘yo mismo’ nos encontrábamos, si Onira se enamoraba de mí y si eso llegaba a saberse. Tanta destrucción escapaba a mi control… Por eso aquel era un instante agónico.

***

     “Un momento… ¿Qué ocurre? No me siento bien. Ayudadme. Rhaldan… Onira. No os vayáis sin mí. Hace frío. Voy a morir.
     Oigo como tu voz se acerca a mí. Debe de ser un recuerdo. El viaje va bien; ni siquiera han reparado en mi desmayo, pero va bien; que por lo menos ellos lleguen juntos a algún lugar.
     Por fin. Me han visto. Vuelven. Los oigo hablar:
     —Estoy segura de que no es por el frío. Ha venido de Rusia…
     —Yaroslav… Yaroslav.
     Una bofetadita tras otra. Sueño.
     —Puede ser un efecto secundario de las ondas.
     Compadécete de mí, mujer. No me trates como a un sucio experimento de laboratorio.
     ¿Por qué te excitas, Rhaldan?
     De verdad, fue exactamente como lo estoy contando. Los sucesos traumáticos ocurren muy rápido y siempre dejan una huella imborrable… Maldita sensibilidad.
     Rhaldan se levantó. Onira se vio obligada a cogerme entre sus brazos. Me sentía débil, pero no dejé de mirar al guardián. No recuerdo haber encontrado jamás tanta agresividad junta. Miró hacia el horizonte; el bosque se nos acababa y, más allá de él, solo quedaba yermo blanco.
     Desde allí venía una persona.
     —Es ella —afirmó Onira—. Es la caza-recompensas. Lleva el colgante con la insignia del reino.
     El cielo comenzó a moverse. Unas nubes purpúreas malditas se cerraron sobre nosotros; sobre mí y sobre mi desgracia…
     ¿Que por qué estoy siendo tan dramático?
     Porque el cazador se acercaba. Su cuerpo era esbelto; más belleza junta que en todas las Oniras de todos los planos temporales. Portaba a sus espaldas un enorme instrumento de cuerda semejante a un arpa. Caminaba con los ojos entrecerrados y la mirada gacha. Unas prendas ceñidas y una bufanda infinita hacían las veces de testigos del privilegio de tocar ese cuerpo desnudo.
     ¿Que por qué estoy siendo tan erótico?
     Porque el cazador se acercaba. Pareció pronunciar unas palabras en voz baja; un conjuro; una maldición… y me miró. Rhaldan no iba a escatimar en fuerzas para aniquilarla si era necesario hacerlo. Y ella avanzaba. Resultaba tan conmovedor ver que no desistía…
     ¿Que por qué me emociono tanto?
     Porque la cazadora era idéntica a mi Heather, a mi Hada, y porque su arpa, como tocada por el viento, producía la melodía más bella que he escuchado jamás.  
     ¿Que por qué la caza-recompensas era Heather?...